Se ha dicho que el pasado cesaría de existir por completo si no hubiera memoria de él. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene recuerdos, por lo que el pasado sí existe en cierto modo, aunque quizás no como una realidad física o material, sino más bien en una esfera o dimensión propia.
Algunos investigadores afirman que la mente sub-consciente no diferencia entre pasado, presente y futuro, pues para ella, todas las esferas o dimensiones del tiempo existen como parte de un eterno presente, y por eso aquí surge la pregunta: ¿Es posible sortear esa barrera del tiempo? ¿Existe la ocasión en que por alguna mágica razón ese velo impenetrable del futuro se abre momentáneamente?
Los tres casos que vamos a citar seguidamente se refieren a esa posibilidad y aunque hay la certeza de que así ocurrieron, nadie ha podido encontrarles explicación. El primero de ellos fue el sorprendente caso de dos maestras británicas, que, en 1901, experimentaron en forma vívida e impresionante, un increíble encuentro con el pasado.
¿Alucinación? ¿Farsa? ¿Tramoya absurda?
Eleanor Jourdain y Anne Moberly, eran maestras inglesas; prácticas, despiertas y por supuesto, flemáticas. Profesoras de francés, habían decidido visitar Francia en sus vacaciones, siendo uno de sus mayores deseos conocer Versalles y muy especialmente el Petit Trianon, ese pequeño “chateau” que Louis XVI hizo construir para su querida Marie. Las dos maestras inglesas eran algo diferentes al normal contingente de turistas, gracias a sus extensos conocimientos del idioma e historia de Francia y fue así como, después de visitar las dependencias usuales, decidieron ir por su cuenta al Petit Trianon. La tarde de verano era algo calurosa, pero agradable, cuando las dos inglesas con su guía-mapa en la mano tomaron la vereda que las llevaría hasta su meta. Caminando enérgicamente las dos maestras llegaron a una pequeña laguna, tal como lo indicaba la guía, y fue aquí que el clima de la tarde comenzó a cambiar.
La vereda se hizo confusa, algo descuidada, y en lugar de una sola, aparecieron varias que se cruzaban perdiéndose en el frondoso verdor del bosque. Un extraño silencio ahogaba todos los ruidos y Eleanor Jourdain comenzó a notar algo extraño en el follaje de los árboles que las rodeaban, pues ese follaje inmóvil tenía una extraña textura que recordaba más bien la de un bordado o un dibujo.
Eleanor cambio una mirada con su impertérrita amiga Anne, pues la atmósfera había perdido su cristalina pureza y ahora parecía como impregnada de neblina y rara quietud. Fue entonces que el corazón de Eleanor dio un vuelco, pues directamente frente a ellas, estaban tres hombres extraños… ya que vestían a la usanza de la época de Louis XVI… y lo más raro de todo, llevaban blancas pelucas, mientras que sus rostros cuidadosamente afeitados y empolvados, ostentaban lunares artificiales. Eleanor, muda de asombro, no atinó a decir nada… y fue como en sueños que oyó cómo la flemática Anne, con voz que quería ser firme, pedía a los extraños personajes que las guiaran.
Los hombres, con mucha cortesía, las orientaron hacia el Petit Trianon en un extraño francés antiguo que no se parecía en nada al moderno lenguaje que las maestras conocían, y aunque ambas mujeres continuaron su camino, no eran ya las inglesas prácticas y llenas de aplomo sino dos simples mujeres atemorizadas. Su aventura no había terminado, sin embargo, ¡pues al final de la vereda… estaba el Petit Trianon! . . . pero no como lo conocían en miles de fotos y catálogos, sino diferente . . . más real, más nuevo . . . y al mismo tiempo, nimbado de fantasmagórica luz . . . y allí mismo. . . en el jardín algo descuidado y dándoles la espalda estaba sentada una mujer . . . la cual se entretenía dibujando a un grupo de cortesanos, que vestidos como campesinos retozaban a su alrededor . . .
Completamente atemorizadas, las maestras se acercaron a la mujer cuyo traje, peluca y amplio sombrero les revelaba claramente quién era, y que al voltear sonriendo . . . disipó toda duda . . . era María Antonieta . . . la trágica reina de Francia. Como en sueños… Eleanor escuchó la clara voz de la Emperatriz, quien en amable y cristalino francés antiguo le indicaba a Miss Moberly cuál era el camino a seguir para regresar a Versalles. Como autómatas, las inglesas obedecieron la indicación y al poco rato Eleanor notó que el ambiente opresivo y callado daba lugar a los ruidos normales de la tarde mientras que la vereda a sus pies adquiría de nuevo el conocido y bien delineado contorno.
A poco encontraron otros turistas que reían y conversaban con toda normalidad. El regreso lo hicieron las dos amigas en silencio.
¿Alucinación? ¿Farsa? ¿Tramoya absurda? El caso, muy sonado y todavía un clásico y famoso misterio, fue investigado y examinado desde todos los ángulos, siendo el veredicto de las autoridades consultadas siempre el mismo. Por un raro fenómeno . . . por una extraña, preciosa y lamentablemente única, casualidad . . . dos sencillas y comunes maestras británicas rasgaron el impenetrable velo del tiempo y se asomaron por un mágico instante al borroso y elusivo espejo del pasado.
¿Existe algún fenómeno semejante al ficticio túnel del tiempo?
Existe un programa de televisión, donde dos científicos inventan un túnel del tiempo para trasladarse a otras épocas. Cuando están en esas dimensiones y corren peligro, son rescatados por sus colegas, aunque para aquellos que los miran, estos personajes desaparecen repentinamente. Se esfuman. Según el programa, lo que ha ocurrido es que han entrado en la zona de fuerza del túnel del tiempo y desde allí son transferidos violentamente a otra época. Es fantasía televisada por supuesto. Pero existe un caso, autentico y bien verificado, que siembra el interrogante: ¿Existe algún fenómeno semejante al ficticio túnel del tiempo?
David Lang, era un terrateniente de Gallatin, Tennessee que la tarde del 23 de setiembre de 1880 se encontraba con sus hijos… Sarah de 12 años y George de 16, jugando con un quitrín que les había traído desde Nashville esa misma mañana. La casa de Lang era una hermosa estructura de dos pisos frente a la cual estaba un terreno de 40 hectáreas bordeado por una cerca de alambre de púas. Más o menos en el centro de ese limpio terreno de pastoreo Lang tenía unos cuantos caballos entre los cuales estaba un pony al cual pensaba unir el quitrín y con este fin, decidió ir a buscarlo. Había caminado solo unos cuantos pasos, cuando su esposa le recordó que deseaba ir al pueblo antes de que anocheciera, así que Lang se detuvo y sacando su reloj le contestó que había tiempo para ello, pues aun era temprano. En ese momento vieron que por el camino hacia la casa venía otro quitrín piloteado por el juez August Peck, amigo de la familia.
Mientras saludaban a Peck, Lang, que también le había visto, se detuvo y comenzó a regresar. Para entonces el juez había llegado al frente de la casa y bajándose saludó a los presentes. Lang caminaba hacia ellos, sonriente, cuando en presencia de todos, desapareció repentinamente. No cayó, ni resbaló, sino que un momento caminaba hacia el grupo y en otro momento, como por arte de magia, ya no estaba allí. La señora Lang gritó aterrada. El juez Peck, el hijo de Lang y un cuñado de éste que había salido en ese mismo momento, corrieron inmediatamente hacia el sitio en ese terreno pelado, sin árboles, sin piedras ni arbustos, de donde Lang se había esfumado como si algo lo hubiera sacado limpiamente de allí… como si hubiese pisado el interior misterioso e invisible de otra dimensión.
La Sra. Lang sufrió un grave ataque de nervios y tuvo que ser llevada a la fuerza hacia la casa. Inmediatamente se pidió ayuda a los vecinos y en pocos minutos cada palmo del terreno y sus alrededores fueron escudriñados minuciosamente. Se contrataron los servicios de topógrafos, adivinos, buscadores de agua, y demás expertos con la esperanza de que, en alguna forma, Lang hubiese caído en algún oculto hueco o falla del terreno. Pero en vano. El terreno era bien sólido y Lang, simplemente se había esfumado. La prensa de Tennessee se hizo eco del asunto y sólo la reconocida solvencia moral y autoridad del juez Peck, evitó que tomaran el asunto a broma, pues era demasiado increíble.
Con el tiempo la Sra. Lang comenzó a recobrarse gracias a la devota ayuda de su hermano, sus hijos y el juez Peck, pero nunca quiso que hubiese un funeral ni servicios religiosos, pues con mucha calma sostenía que su marido no estaba muerto… y que solo se encontraba ausente, aunque no podía explicar dónde. ¿Dónde estaba Lang? …¿Qué le había pasado? Esto nunca se supo. Pero es fácil encontrar el paralelo con el túnel del tiempo… y dejando jugar la imaginación, suponerse que, por rara coincidencia, Lang al caminar dio un paso hacia un fenómeno, obviamente temporal, que se abrió y se cerró para siempre en ese momento y por tal motivo no afectó a los otros que llegaron inmediatamente al mismo sitio a buscarle.
Seis meses después del suceso, los hijos de Lang caminaban por el sitio donde había desaparecido su padre y notaron por primera vez que en lo verde del terreno se destacaba débilmente un círculo donde, el pasto no crecía mucho y tenía un tinte amarillento. Este círculo de unos ocho metros más o menos no era muy visible a nivel, pero desde lo alto de una escalera que luego trajeron sí se apreciaba claramente. Mientras los niños miraban el curioso círculo, Sarah, la menor, dice que creyó escuchar la voz de su padre que llamaba… cada vez más débilmente… hasta que se perdió… para siempre.
¿Fue imaginario el terrible holocausto de Hamburgo?
El tercero y último caso comienza en la madrugada del 29 de julio de 1943. En esta fecha, sobre Hamburgo, Alemania, más de 1.000 bombarderos pesados británicos y norteamericanos descargaron toneladas y más toneladas de bombas convirtiendo el gran puerto alemán en un verdadero infierno. Tan feroz e implacable fue el ataque, que Hamburgo era en poco tiempo un océano de fuego donde el mismo aire se incendió con resultados catastróficos para sus habitantes. Después de este devastador raid aliado, Hamburgo quedó casi totalmente destruida y su efectividad como puerto militar, anulada. Pero tan aterrador coma lo anterior es el hecho, comprobado y documentado, de que ese cataclismo bélico sobre el puerto alemán fue presenciado con todo su pavoroso realismo por dos periodistas alemanes 11 años antes; o sea, en 1932, cuando aun ni se soñaba con una guerra entre Alemania y los aliados.
En la madrugada del 29 de Julio de 1932, dos reporteros alemanes de apellidos Huttom y Brandt entraron a una taberna en Hamburgo, blancos como el papel, y después de tomarse varios brandys, uno tras otro, se sentaron mirándose fijamente las caras y sin dar crédito aun a lo que habían presenciado minutos antes. J. H. Huttom y Joachim Brandt, habían sido enviados por una importante revista de Berlín, para hacer un reportaje gráfico sobre la febril actividad industrial y portuaria de Hamburgo donde, en esos días de 1932, se trabajaba incesantemente día y noche. Así que los periodistas procedieron a hacer su recorrido acompañados por un alto ejecutivo gubernamental y como a las 3 de la mañana ya habían terminado, por lo que recogieron su equipo y se disponían a partir, cuando un extraño ambiente pareció envolverlos; los múltiples y febriles ruidos de la actividad portuaria e industrial comenzaron a apagarse y dieron paso a una extraña sensación de soledad y lejanía que envolvió a los confundidos periodistas. El silencio y la obscuridad se hicieron más marcados y fue entonces cuando ambos se miraron las caras con algo de temor, pues en la distancia se escuchaba un bramido sordo y amenazador que parecía acercarse poco a poco. Sin duda eran aviones y muchísimos, los que venían.
Huttom y Brandt recuerdan haber caminado con lentitud de pesadilla hacia afuera, mientras el fuego nervioso y repetido de las defensas antiaéreas se mezclaba con el ruido de los aviones y las explosiones lejanas de las primeras bombas que estos descargaban sobre Hamburgo. Brandt, incrédulo y horrorizado, miró la hora; pues para él, este era un ataque por sorpresa sin previa declaración de guerra. Eran las 3 y 30 de la mañana, del 29 de julio de 1932. Pronto todo era pandemonio a su alrededor, los incendios rugían como huracanes y el cielo parecía el interior de un horno industrial. Las explosiones de las bombas al caer sacudían todo a su alrededor y ante este increíble espectáculo ambos periodistas decidieron refugiarse en el sótano más cercano. Huttom, que aun tenía su cámara en la mano, tiró muchas fotos; una tras otra, del horrible infierno que consumía a Hamburgo en holocausto de llamas y destrucción. Desde el sótano donde se refugiaron, ambos escuchaban los ruidos algo sordos de las explosiones, sirenas, aviones, así como el sonido de las defensas antiaéreas. Luego, de nuevo, los sonidos comenzaron a apagarse. Brandt miró el reloj; eran las 5 de la mañana. Ambos subieron a la calle y ante su asombro todo estaba normal y brillantemente iluminado, aunque algo desierto por la hora. En la calle, solo vieron el tráfico usual, así como algunos trasnochadores que entraban a una taberna cercana, de modo que hacia allí se dirigieron con el fin de averiguar algo.
Al llegar a la taberna y viendo todo absolutamente normal, les pareció tan absurdo y tan fantástico hablarle a nadie de que Hamburgo había sido atacada y destruida por miles de aviones enemigos, cuando obviamente nada de eso había pasado, que decidieron de mutuo acuerdo no decir nada y tomarse varios tragos para pasar la impresión. Cuando regresaron al periódico hicieron un extenso reporte escrito de lo ocurrido, adjuntando el negativo de las fotos que habían tomado. Al día siguiente el editor de la revista los hizo llamar y ante oficial de policía y militar les pidió que repitieran verbalmente el ridículo reportaje que habían hecho bajo los efectos del alcohol la noche anterior. Cuando los reporteros indignados fueron a ratificar su increíble historia, el editor les mostró las fotos supuestamente tomadas durante el ataque aéreo y ante el asombro de los aturdidos hombres lo que se veía eran imágenes algo movidas del cielo y los alrededores de Hamburgo donde todo aparecía totalmente normal. Como las alternativas eran de ser acusados de locos o de borrachos, ambos escogieron lo segundo y prefirieron no insistir en el asunto.
Sin embargo, el reporte y las fotos fueron archivados por la policía y milagrosamente sobrevivieron el huracán de fuego y destrucción que llovió sobre Hamburgo 11 años después, cuando los bombarderos norteamericanos e ingleses atacaron la ciudad. O sea, el mismo bombardeo que J. B. Huttom y Joachim Brandt presenciaron aterrados aquella pacífica noche de 1932 en una Alemania que ni estaba en guerra ni soñaba con estarlo. La hora y fecha del bombardeo aliado coincidió exactamente con las del que presenciaron los asombrados reporteros 11 años antes de que realmente ocurriera. ¿Fue imaginario el terrible holocausto de Hamburgo . . . o sería que por algún extraño fenómeno ambos periodistas se asomaron por breve tiempo a un pavoroso futuro? Nadie lo sabe, pero la prueba de que no fue sólo una fantasía reposa en los archivos de la policía de Hamburgo y en las ruinas humeantes del gran puerto alemán que en 1944 fue devastado por los bombardeos aliados.
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