Todavía recuerdo la primera vez que entendí lo que significaba ser y dejar de ser víctima. Mi madre contaba lo que había que hacer cuando un marido le pegaba a uno, como le habían hecho a su prima, que sólo se había puesto a llorar. Me miró – estábamos en la cocina- miró al sartén y dijo: “ Si te pasa eso, no llores, tú agarras un sartén y le das bien duro por la cabeza”.
Entendí perfectamente.
Desde ahí en adelante supe que si me atacaban era posible y aceptable defenderse. En realidad, la actitud del sartén me hizo apartar del convencimiento de ser alguien a quién se podía apalear.
Cuando tuve hijos, los metí rápido en clases de kárate, para fomentar la misma actitud de “No soy violenta pero estoy armada”. Mi hija, que a los cuatro años no tenía límites, le pegó con su bota ortopédica a varios niñitos en los tobillos, hasta que me senté con ella a explicarle los términos y condiciones en los cuales uno ataca o se defiende.
Ah, porque esto de ser víctima parece que en principio va mayormente con la mujeres, pero es en realidad es un problema de la especie humana, aplicable a todos sus géneros.
En fin, cuando llegué a la universidad y supe que había profesores que querían sexo y lo obtenían a base de “asignar” buenas notas, me molesté no solamente con ellos, sino con ellas porque: 1) en mi universidad podías obtener buenas notas si estudiabas mucho – mucho sin tener que ir a pedir favores a ningún cubículo y 2) podías darle un sartenazo al profesor: denunciarlo, negarse , dejarlo en ridículo, exponerlo, etc.
Respeto mucho a quiénes se sienten víctimas y conozco los inmensos obstáculos que a veces les impide dejar de serlo, pero mi remedio comienza por salir mentalmente de la condición.
No creo en educar a las niñas como si ese fuera su destino, ni encasillar en la condición a quiénes han sido atacados y no se han podido defender. Educar para no creerse víctimas es esencial. Y dar las herramientas para sacudirse, es la otra meta que olvidamos a menudo en la complacencia que da recibir sentimientos de solidaridad, nadar en la ola que nos lleva a la playa del vínculo, a esa donde nos amarramos al victimario.
La compasión, la solidaridad mal entendida no nos deja reconstruirnos sin dependencias.

es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
lucygomezpontiluis@gmail.com