A la anciana del tercer piso se le escapó su canario. Le limpiaba la jaula y el pajarito aprovechó para escabullirse. El canario voló desaforadamente y la anciana agitó sus brazos angustiada. El pajarito se detuvo en la esquina de una azotea, mirando confundido hacia todas partes.
“¡Se fue Enriquito!”, gritó la señora, con el llanto cerquita. Enriquito picoteó en el borde de la azotea, degustando hormigas. La dama llamaba a su canario, aun sabiendo que se hallaba demasiado lejos.
Por encima de las azoteas de Caracas pasan zamuros, palomas caseras, garzas, guacamayas y gavilanes. Un gavilán gira en el espacio ensayando espirales y sus ojos poderosos descubren cualquier temblor. La anciana lo vio y gritó nerviosa: “¡Enriquito!,¡Enriquito!”. En su rostro se notaba la honda preocupación. El gavilán descendió un poco, y miró hacia la azotea donde el canario parecía una fruta. Desde el tope azul se sumergió en picada.
El canario captó el peligro, con un instinto que no se le había cancelado en la jaula: un circuito eléctrico de alerta en la cabecita. Y levantó un vuelo caótico; voló, se devolvió, pasó como un silbido al lado de una valla y mientras eso ocurría el gavilán levitaba unos instantes, tratando de ver si era factible continuar la cacería.
Alguien gritó desde la ventana de la anciana “¡Se desmayó la abuela!” y el alboroto se tornó dramático, hasta el punto de que abajo, en la calle, se estacionó después una ambulancia que llegó para llevarse a la señora.
Los curiosos siguieron oteando el ambiente, con la esperanza de ubicar al canario
Los curiosos siguieron oteando el ambiente,
con la esperanza de ubicar al canario...
Al rato todos se fastidiaron y se dedicaron a otra cosa. Nadie pudo, por lo tanto, observar el prodigio: Enriquito, volando sin muchas fuerzas, se hallaba de regreso, pero la ventana de su apartamento estaba cerrada. Se quedó paradito en un saliente. Y ahí fue cuando comenzó a caer un aguacero de lo más inclemente. Esa es la historia del plumero amarillo que amaneció, con las patitas engarrotadas, allá abajo, en la cuneta, con una venganza de hormigas enlutando sus plumas.