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Milagros Socorro

A través de un oboe  – Milagros Socorro
Milagros Socorro, 16a

A través de un oboe – Milagros Socorro

-Lo siento mucho, Silvia. Sólo quería que supieras que, de verdad, lo siento mucho. -Está bien -contestó ella en voz muy baja, sin mirarlo. Pese a la circunstancia que los había congregado, la cena transcurrió en un ambiente alegre. Los hombres se ocuparon de asar la carne y las mujeres prepararon una rápida ensalada y varios jugos de fruta. Después de la comida conversaron un poco, evitando volver sobre el tema, y cada uno se acomodó en la hamaca que le había sido asignada en el enorme bohío que presidía el patio de la hacienda. El canto de los grillos llenó la noche, inmensa en medio del campo. Silvia e Ismael permanecieron sentados en las sillas de extensión de la terraza, observando en silencio los extraños rituales que sus amigos realizaban para irse a dormir. Lejos de pa...
El falso porcino – Milagros Socorro
11 a, Milagros Socorro

El falso porcino – Milagros Socorro

El cordón azul indica que el hijo está en casa. Se trata de un llavero que consiste únicamente en una cinta azul, de esas de consistencia firme generalmente relacionadas con los deportes, como podría ser el collar de donde pende el pito de un árbitro. Bueno, el caso es que por un pacto que hemos establecido, cuando el hijo llega a casa pone sus llaves en la bandejita que tenemos en la entrada para ese fin, y deja que el llavero cuelgue, de manera que  yo pueda verlo desde la puerta de mi cuarto. Así, solo tengo que asomarme y, al ver el trazo azul en el aire, sé que está en su cuarto. Y vuelvo a mi cama a dormir. Al concluir el curso de verano en la universidad, el muchachito emprendió una serie de parrandas. Varias noches trastabillé por mi cuarto, muerta del sueño, para llegar a l...
Sangre en la oscuridad – Milagros Socorro
Milagros Socorro, 15a

Sangre en la oscuridad – Milagros Socorro

Un gato venía, por lo general, a subir el volumen de mi terror. Después, mucho después, me enteraría de que su aullido no obedecía a la contemplación de los mismos espectros que a mí me hacían temblar bajo las sábanas. Pero en esa época estaba convencida de que las noches eran el país de las criaturas espantosas, las que vagaban en medio de grandes sufrimientos y, sobre todo, hondos misterios. La cabecera de mi cama quedaba bajo la ventana y frente al espejo. De manera que podía ver, reflejadas en la luna de la peinadora, las ramas del tamarindo barriendo los vidrios del ventanal como brazos que arañaban la salvación. Y cuando aquella visión estaba a punto de petrificarme, venía el gato –más bien, caía- y lanzaba un gemido largo, ríspido, a la vez filoso y embotado como una navaja oxidada…...