Escribo desde una ciudad vaciada, vacía. En el centro urbano aparecen pequeños grupos de turistas con zapatillas de goma, pantalones cortos y mochila, pero en los barrios residenciales, aplastados por la resequedad y el calor, se escucha el más pequeño craqueo de las ramas amplificado por el silencio absoluto y el desierto de sus calles. Madrid siempre ha sido así en agosto. Pero esta vez es distinto, el vacío es más intenso. Ni Dios está en las iglesias. Después de las elecciones generales del 23 de julio, mucha gente anticipó su vacación ...