La botica del pueblo es, desde siempre, una tienda pequeña donde reina la oscuridad y el misterio. La única ventana, cuyo marco alguna vez fue madera, se alza a la derecha de la puerta principal. El pasillo de entrada es ancho y acaba en un mostrador abatido por el tiempo.
Desde el centro del techo, un círculo de neón —de esos que se usaban en los años sesenta del siglo pasado—, irradiaba una breve luz que iluminó el rostro de un viejito que acababa de entrar y que, en vez de ir directo a la caja, se desvió hacia la izquierda donde un j...