
Salimos en la madrugada desde Ciudad Bolívar con destino a la Gran Sabana.
Parte del trayecto había que hacerlo por tierra, o por un tierrero, que queda mejor explicado.
Después de brincar en el Jeep por horas y horas, por fin ya casi de noche llegamos a Kavanayén, exhaustos del viaje, y con tierra literalmente hasta en las pestañas.
Hacía un frío que pelaba y nos fuimos a refugiar en la misión de los capuchinos, de manera de poder descansar y seguir camino al día siguiente. Hasta ahí todo en orden, hasta que tocó abrir la regadera.
Salía un chorrito mísero y de paso helado. Yo recuerdo habérmelo quedado viendo mientras pensaba: “¿y ahora qué hago?” Debe haber sido por pocos segundos, pero en momentos así parece una eternidad.
De repente, y claro que sin pensarlo dos veces, abrí el frasco de champú, me puse una dosis en la mano, y me la regué por toda la cabeza.
No había vuelta atrás, tenía que bañarme. Como era de esperarse, aquello fue un horror y fue el baño más corto que me he dado en mi vida, pero lo cierto fue que me acosté a dormir limpia, y tan lo sobreviví, que ahora se los estoy contando.
Y vayan viendo que después perdí cuenta de las veces que, para tomar una decisión diríamos que importante, recurro al recuerdo de mi improvisado tratamiento. “Pues ponte champú en el pelo y sigue pa’lante”.
Les garantizo que funciona, y cuando alguien se refiere a mi coraje, yo lo que hago es acordarme de Kavanayén …

Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com