Cruzo el puente con la esperanza de dejar atrás el pasado y una vez más me equivoco. Qué bueno ver la realidad como quiero y no como es, cuando es y si es, porque la realidad es tan irreal como cualquier otra cosa, me digo tras comprobar que el pasado también ha cruzado el puente. No es que no quiera llegar al otro lado del puente y saludar al extraño que fui, cuando lo fui y si lo fui. Pero, como un par de botas cargadas de lluvia y barro, traigo el pasado conmigo, esperando que se convierta en sol y el barro en polvo aplastado en el camino. Hay tantas veces que me pregunto si alguna vez podré cruzar el puente que empiezo a dudar de si mi futuro no es ya el pasado de mi presente. Los viajes que algún día haré, las decisiones prometidas que rondan mi mente cada noche y me impiden dormir, por la mañana, cuando abro la ventana, parecen sueños en una habitación sin luz. Y si con la cabeza gacha casi llego a la otra orilla, el puente parece no tener fin y, parado ahí en medio de todas mis decisiones inevitables, me inclino sobre el río que pasa.