Otilio se está meciendo en su chinchorro. La brisa es un guarapo que lo adormece. Cae en un sopor muy dulce que le acomoda el alma. Piensa en su mamá y en los pajaritos y en las canciones y en la vida.
A pesar de que tíene dolor, le echa vaina a su amigo Henry, que lo ayuda a incorporarse del chinchorro. En un pocillo de peltre se echa el último guamazo. Con un gesto de ternura toma el cuatro y lo acaricia. Su bigote canoso se está quedando dormido y un turupialito lo llama.
Otilio abre los ojos y con la resolana de la serenata del turpialito se despide. Y en medio del bochinche de las Chispitas que lo duermen alza su vuelo.