A mí me fastidia jugar. Cartas, ruleta, maquinita, tenis. Y ver jugar también. Es inútil, pero el ángel de los juegos nunca se me apareció. No se trata de un problema moral. Me parece perfecto que la gente se entretenga en algo y si a la vez apuesta, pierda o gane. Lo considero un asunto estrictamente personal sobre el cual no debo hacer juicios. El primer mandamiento debería ser no meterse en la vida de los demás.
Lo que no comprendo ni siento es la pasión por pasarse horas tratando de adivinar números y probabilidades. Esa ansiedad por ganar y repetir. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte. Y esa ansiedad termina en ludopatía en casos extremos.
Si vamos a los deportes de acción, donde la gente se esfuerza por ganar partidos, ser más fuerte, más alto y ágil, tampoco. Lamentablemente, me aburren.
Ahora los juegos son industrias multimillonarias, inclusive se puede vivir en un mundo de juegos, trabajar, acumular recursos, dejar de vivir en la tierra e irse a un metaverso, viviendo a través de un avatar.
Así que lo que en un principio creí una ventaja, que era emplear el tiempo que los demás usan en apostar o competir en leer, trabajar o descansar, no lo es. Me estoy quedando atrás irremediablemente.
¿Que si lo envidio? No. Al principio, cuando me invitaban a jugar ruleta o parchís y perdía continuamente por estar pensando en todo menos en la jugada, me quedaba esperando a ver cuando se aburrirían de invitarme y cuando al fin me dejarían tranquila, pensando en mis musarañas o escribiendo. Hoy, sé que inclusive la familia me dejó por imposible y ni siquiera me envían información de los últimos juegos en línea sobre resolución de asesinatos ( saben que me gusta la literatura negra), piensan que estoy completamente perdida .
Tienen razón.