Cuando vemos un hipopótamo, pensamos que es un animal gordo, pues hemos hecho abstracción de sus cualidades, ignorando otras. Esta cualidad de la gordura del hipopótamo suele ser proyectada incluso hacia las personas, diciendo, por ejemplo, de alguien, que es como un hipopótamo (por su gordura), jugando con figuras retóricas (visuales o textuales), al dibujar una figura animada con cuerpo de hipopótamo y vestido y calzado de bailarina.
Pero los hipopótamos no son gordos, o no lo sabemos. Es que sólo se puede decir que una persona o animal es obeso cuando su relación peso-talla está por encima de una media predeterminada. Y no sólo desconocemos cuál es la media en los hipopótamos, sino que tampoco hemos hecho la medición de algún hipopótamo en particular para afirmar que el mismo esté por encima del peso que se supone debe tener.
Por otra parte, la mayoría de la gente ignora que la velocidad promedio del hipopótamo es de 40 kilómetros por hora, y que la velocidad del hombre más rápido sobre la tierra es de unos 37 kilómetros por hora en promedio (velocidad, que dicho sea de paso, el hombre sólo puede sostener por una distancia de cien a doscientos metros). Así que el hipopótamo promedio es más rápido que el ser humano más rápido.
Pero el asunto es que, cuando la gente habla de un hipopótamo, no habla del animal real, sino de su idea del animal, de la idea que se han hecho (más bien diría inventado) en su mente. Este animal fantástico, (si cabe el término), se puede decir forma parte de un imaginario colectivo, ya que posiblemente la mayoría de las personas, así como la mayoría de mis lectores en este momento, hayan pensado esas falacias acerca de los hipopótamos.
Del mismo modo, atribuimos una serie de cualidades, rasgos o atributos a otros seres. Demás está decir, son sólo eso: proyecciones o ideas que nosotros tenemos en la cabeza acerca de ese ser, y que rara vez guardan relación con el verdadero animal. Así, creemos que los zorros son astutos, los tiburones despiadados, crueles o malos, los perros fieles, los delfines son simpáticos, los monos chistosos, las tortugas pacíficas, los caballos nobles…
Esto no sólo sucede con los animales, sino con las personas y demás seres vivos: lo hacemos con casi todas las cosas. Vivimos en un mundo de ideas que hemos creado, a menudo equivocadas, que no guardan relación con los hechos, ya que así como no hemos pesado a los hipopótamos, en la gran mayoría de los casos no nos tomamos la molestia de comprobar aquello que damos por sentado.
Y pues, muy seguramente nos iremos al otro mundo tan ignorantes como llegamos. Todavía no hemos salido de la caverna o de las cavernas. Tenía razón Platón.