El hombre, notando algo extraño, detiene el carro y se baja. Un neumático está bastante bajo. Por suerte tiene el repuesto. Así que se dispone a hacer el cambio.
Cuando está sacando las herramientas de la maleta, siente que una gota de agua le cae en la cara. Mira al cielo: se ve bastante nublado. Aún así decide proseguir con la maniobra. Tal vez le dé tiempo.
Afloja los tornillos y los deja en el piso, junto a la rueda averiada. Pero esta se encuentra como atascada, por el polvo o el óxido. Tiene que hacer mucho esfuerzo ladeándola, hasta que cede y por fin la saca.
No puede celebrar su pequeña victoria, porque se suelta el aguacero que se venía anunciando. El hombre se refugia en el vehículo. Durante varios minutos prácticamente no se ve nada del exterior.
Por suerte la lluvia pasa pronto, como sucede en el trópico. Pero, al salir del carro, se encuentra con una sorpresa: la corriente de agua que bajó por la calle en declive se llevó los tornillos de la rueda.
Se siente desconcertado, sin saber qué hacer. Escucha una voz que le habla. Voltea hacia una ventanuca del segundo piso de una casa. Al tiempo que mira en esa dirección, nota que en el frente del inmueble hay un letrero: centro de salud mental.
Nuevamente la voz atrae su atención:
– Señor, señor…
Decide responder:
– Dígame.
– Mire – responde la persona desde la ventana – yo vi lo que le pasó. Pero puede hacer algo: agarre y quite un tornillo de cada una de las otras ruedas; así por lo menos soluciona.
Al hombre se le ilumina el rostro.
– Verdad, tiene razón.
Mira dubitativo hacia el letrero y luego pregunta al de la ventana:
– Y… ¿usted trabaja allí?
– No. Yo soy un paciente.
El hombre se sorprende.
– Pero… ¿por qué lo tienen allí? Usted no parece tan loco.
El otro le aclara:
– Claro que soy loco, pero no idiota.
Esta es una frase que, lamentablemente tengo que usar con frecuencia, ya que me encuentro con gente que piensa que porque uno es escritor se la pasa en la luna, pensando en los pajaritos preñados, mirando las mariposas o buscando formas en las nubes, pero sin una pizca de sentido común.
Así que cuando alguien me quiere hacer una jugarreta (como me sucedió hace unos días con un sujeto que me quería vender a sobreprecio un manto impermeabilizante), tengo que responder como el de la historia:
– Yo seré loco, pero no idiota.
Y a mucha honra.