Álvaro de Campos (detalle). 1958.
Mural Fac. Letras de Lisboa.
No siempre estamos conscientes de la importancia de un evento cuando lo experimentamos. Ya sea porque nuestra atención en una situación dada nos traiciona, o porque estar realmente presente en cada momento parece demasiado cansón, si no imposible, cuántas veces inconscientemente devaluamos lo que solo con el tiempo sabremos, en ese tribunal personal llamado memoria, para reconocer su importancia. Mientras tanto nos quedamos en la orilla contemplando el río que fluye hacia el infinito.
Hay acontecimientos inesperados capaces de transformarnos. Reconocer que amas a alguien es un evento tan importante como perderlo. Dar alas a un sueño, sentir secarse en nosotros la fuente de la envidia y el rencor, encogernos de hombros ante un deseo de venganza es tan importante como darle una mano al niño que sabemos confiar en nosotros.
Encontrar un libro, un poema, una melodía, una voz que nos consuele cuando nos sentimos perdidos en una de esas encrucijadas que la vida se propone poner a prueba nuestra fuerza interior, a ver si sabemos caer y guardar la piedra que nos topamos.
Hay eventos que esperamos con ansias, deseando que los días sean minutos y luego descubrimos que son solo pompas de jabón.
Hay otros que la ilusión nos ofrece y luego sonríe a nuestra incurable necesidad de sueños e ilusión.
Al recordar sucesos y desencuentros, que también son sucesos, recuerdo una tarde lluviosa del primer libro de Charles Dickens David Copperfield. Luego, prolongándose en el espacio y el tiempo, el primer poema de Fernando Pessoa “Grandes misterios habitan el umbral de mi ser”. Y en esto, sin que él se diera cuenta, con las primeras luces del alba, Álvaro de Campos se hizo serenamente mi amigo.
carmino@ipg.pt