Con esto de que recientemente el tema de la muerte ha sobrevolado el ambiente, me vino a la memoria una anécdota que corría en el periódico donde trabajaba.
Resulta que uno de los periodistas de más brillo en la redacción sufrió un infarto.
El caso parecía grave, y, como es de praxis, se pautó una página que reseñara su vida y obra.
Pero de esa vez no le tocó, se fue recuperando poco a poco y un día se reincorporó a su trabajo.
Andando el tiempo, encontró en una gaveta el texto del reportaje ¿obituario? que se había escrito para ser publicado tras su muerte, y sin más, con un bolígrafo rojo lo comenzó a corregir.
No sé cuál fue el final de la historia, ni si cuando se murió, ¿se murió?, le publicaron la página que él mismo corrigió, pero en todo caso esta anécdota me sirve para tratar de imaginarme qué cambiaría cada uno de nosotros en caso de que nos llegara a pasar algo parecido.
A lo mejor no dirían de nosotros lo que hubiéramos esperado que se dijera, o nos interpretarían de otro modo, o darían una versión diferente. Vaya usted a saber.
Pero, elaborando la idea, se me ocurre que es como cuando hablan a tus espaldas, con la diferencia de que ni te enteras, y por último ni te importa, porque total, ya te moriste.
¡Ajá! aquí viene la parte clave: por último, ni te importa.
En mi infancia se decía de alguien cuando subía y bajaba los hombros varias veces, que estaba ejercitando el músculo de “no me importa”.
¡Sabio ejercicio!