En el antiguo Egipto, el dios Ra cargaba el sol en su carro. Era como el chofer del sol. Salía temprano desde oriente y se metía por occidente, cada vez más cansado. Ra usaba muchos nombres, pero nadie sabía su nombre secreto. Porque esa era la clave de su poder.
Ra, quien había creado todo lo que se movía entre el cielo y la tierra, dejó caer un poco de saliva cuando estaba en uno de sus ocasos. Con esa saliva, la maga Isis, esposa de Osiris, inventó la serpiente llamada cobra. Apenas la bicha caminó, la dejó en el camino por donde el dios Ra pasaba y la cobra lo mordió. Como era una serpiente que él no había hecho, el veneno lo enfermó. El dios conoció la agonía. La maga Isis le dijo que le sacaría el veneno si Ra le revelaba su nombre secreto. Así fue como ella se convirtió en diosa. La maga Isis aplicó algo muy parecido a la extorsión: qué duda cabe.
El cuento es comparable a un asunto de ahora: es como cuando un desconocido se apodera de la clave que usas en el cajero electrónico.
La mayoría de los indígenas venezolanos y los que viven en territorio brasileño, sólo mencionan su nombre español: jamás dan a conocer su nombre verdadero.
En la cultura del hombre occidentalizado sucede lo contrario: el nombre propio es muy importante. Se imprime en tarjetas que se reparten a diestra y siniestra y se pronuncia a cada rato para que todos lo conozcan. El nombre es tan importante que debe limpiarse cuando el deshonor o la deshonra lo afectan.
Está claro entonces, que el nombre es importante. En el pasado los nombres significaban algo: el fuerte, el bueno, la dulce, la inteligente, Toro sentado, y así sucesivamente. También se usaban nombres para honrar a los apóstoles, a los santos, al Antiguo Testamento y al Nuevo Testamento.
Posteriormente se fueron escogiendo nombres al azar, porque sonaban bien. Muchos nombres se han sacado del cine, la literatura y los victoriosos terrenos deportivos. En los últimos tiempos han abundado nombres que son el producto de malas pronunciaciones oídas en la televisión o en la cinematografía. La mayoría de estos nombres comienzan con la Y griega.
Y quizá, lo único que conservan de los griegos es la tragedia.