El sueño es una parte integral de nuestras vidas, que ocupa aproximadamente un tercio de nuestro tiempo. La higiene del sueño, es un conjunto de prácticas y hábitos destinados a mejorar su calidad y duración que emerge como un pilar fundamental para mantener un equilibrio óptimo en nuestra salud.
Van desde la consistencia en los horarios y la limitación de la exposición a estimulantes hasta el fomento de hábitos diurnos saludables.
Durante el sueño, el cuerpo se embarca en un proceso de reparación y regeneración celular. Además, la mente procesa la información del día, consolidando la memoria y preparándose para las actividades futuras. Su falta puede afectar negativamente el equilibrio emocional, aumentando la irritabilidad y la susceptibilidad al estrés. Un sueño adecuado, por otro lado, contribuye a la estabilidad emocional y al bienestar psicológico.
Su privación crónica puede afectar el equilibrio de las hormonas que regulan el apetito, llevando a cambios en los hábitos alimenticios y, en última instancia, contribuyendo al aumento de peso.
Entre las prácticas diarias que favorecen el buen dormir, resalto:
Establecer rutinas de sueño con las cuales se entrena al cuerpo para seguir un ritmo circadiano natural.
Crear un entorno propicio: un ambiente oscuro, tranquilo y fresco.
Evitar estimulantes: reducir la ingesta de cafeína y limitar la exposición a pantallas brillantes al menos una hora antes de acostarse.
Hacer del ejercicio una rutina diaria: la actividad física regular favorece un sueño más profundo y reparador. Es importante evitar ejercicios intensos justo antes de dormir.
Y gestionar el estrés: practicar técnicas de relajación, como la meditación o la respiración profunda.