Violetas para Violeta,
por José Manuel Peláez
Yo sabía que las supuestas vacaciones de Manolo no eran tales. Hace pocos días me lo encontré en un puesto de libros usados y me confesó la verdad: estaba donde un amigo necesitado de consuelo.
Buscando sin buscar entre los lomos de los libros, Manolo me contó cómo su amigo Eduardo sostuvo la cabeza de “Violeta” contra su pecho mientras la luz de su mirada se apagaba y dejaba de darle esa alegría y compañía que son de agradecer en la vida. Como si se tratara de la película previa a su propia muerte, Eduardo vio a “Violeta” – cuando no tenía ese nombre todavía – esquivar los voraces coches. Escuchó los gritos de sus hijos que rogaban por salvarla y evocó cómo, al frenar y abrir la puerta, subió por sí sola una perrita esquelética, sucia y llena de pulgas a la que, incomprensiblemente, ll...