Mi amigo el Tarro habla más que un loro agarrado por el rabo. Cuando se arranca no hay quién lo detenga. Hace poco me enteré que en una visita al odontólogo le ocurrió un accidente. Resulta que al profesional de los molares se le fue la mano con la anestesia, de modo que más tarde, cuando salió de la consulta, en una de esas habladeras se mordió la lengua: cinco puntos de sutura. Ahora permanece en casa, de reposo y sin poder hablar. Pensé entonces que era el momento de darle un poco de su propio chocolate.
Esa tarde me aparecí en su cas...