No sé exactamente cuándo me di cuenta. Comenzó con una especie de hormigueo y la sensación de que algo me faltaba a la hora de salir del cine o al sentarme a comer o al observar a la gente a mi lado. Experimentaba una “soledad acompañada” paradójica y molesta. Y digo “acompañada” porque, aunque mi círculo de “amistades” no es el de un influencer de éxito, tampoco se parece al Desierto del Gobi.
No se trataba de un cambio climático de mis emociones. Tenía la liviandad de un goteo insoportable porque desconocía el grifo que fallaba.
Des...