La empeñada abuela de un amigo común falleció a los 98 años y, para hacerme más llevaderos los gestos de duelo, arrastré a Manolo al tanatorio. A la cuarta persona que se le acercó para decirle “no somos nada”, Manolo se atrincheró detrás de la máquina expendedora de café y no hubo manera de devolverlo a enfrentar al toro de los lugares comunes. Como a mí tampoco me apetecía, nos dedicamos, yo a tomar café, y él a sorprenderme hablando de sus propios abuelos.Su abuelo paterno se llamaba Constantino y fue cartero de pueblo, un oficio exti...