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Aquella tarde salí a caminar con una multitud.
Noventa y tres personas, para ser exacta, incluyéndome.
Nos sentamos en silencio a contemplar el paisaje.
Una avecilla acrobática, las primeras hojas doradas del otoño jugando con la brisa, la luz arrojando puñados de diamantes al río, patitos jugando en la corriente ante la fija mirada de mamá pata, una rosa amarilla encallada en las algas.
Súbitos descubrimientos.
Cerré el libro, La antología del haiku, 2024, en la cual, sorpresivamente figura mi nombre. Los n...