Era 1918, el último año de la 1ª Gran Guerra y distante de ese palco calamitoso, el Uruguay no había cumplido sus primeros y turbulentos 100 años de vida pública, pero transitaba orgulloso de su joven historia. La herencia beligerante de la Madre Patria española había quedado impregnada en el temperamento criollo, y honor y honra jugaban su rol.
Volvamos entonces al Parque Central y al Club Nacional de Football, mencionados en el tópico anterior. Abdón Porte, fue un devoto jugador de dicho club, disputando más de 200 partidos en casi 8 años, un fiel representante de la famosa “garra charrúa”, fuerte y combativo. Incluso había sido campeón con la selección en el Sudamericano de 1917, la actual Copa América. No obstante, a pesar de sus 25 años y como titular absoluto e ídolo de la hinchada, su juego comenzó a oscilar, algunas lesiones, mala fase, nada le salía bien.
La ovación se transformó en abucheos. Y como nada es para siempre, algunos cambios se avecinaban en el plantel y el surgimiento de un joven talento, haría que Porte pasase definitivamente (o no …) a la reserva del equipo. Tal expectativa no sería tan bien asimilada. Su veneración por los colores del club, superaban cualquier entendimiento. En una madrugada de marzo, se dirigió al centro de la cancha del estadio que amaba y se descerrajó un disparo de revólver en el corazón.
Dejó 2 cartas, y una de ellas, decía:
“Nacional, aunque en polvo convertido
Y en polvo siempre amante,
No olvidaré un instante,
Lo mucho que te he querido.
Adiós para siempre”
Roberto Managau, es uruguayo y vive en São Paulo desde 1982.Dirige un espacio de arte e es apasionado por el fútbol.