Doce sería mucho,
por Luli Delgado
Cuando era chiquita, mi primo Jóse y yo pasábamos horas jugando cartas, y a veces hasta peleando caso surgiese una eventual trampa.
Visto desde lejos, ese juego tenía dos características: terminábamos una partida y sin solución de continuidad la empatábamos con la siguiente, y mientras barajábamos las cartas comentábamos lo que hasta ese minuto era secreto de tumba. “Yo estaba esperando el cinco de corazones para completar el trío”, o “¿tú tenías guardado el rey de espadas?”.
Esa mecánica de repetir y comentar cada jugada se volvería a instalar más tarde en mi vida, cuando me volví periodista. Preparábamos la edición, cargada de secretos hasta su publicación, y al día siguiente la comentábamos poco antes de meter las manos en la masa para la próxima.
Pues bien, ahora que estam...