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Chocolates en la cartera – Alejandro Moreno
14b, José Alejandro Moreno Guevara

Chocolates en la cartera – Alejandro Moreno

Los pasitos de Adelaida son cortos y muy despacio. No hay manera de que pueda sentirse más débil. A pesar de eso la entereza que la caracteriza hace que se sobreponga y continúe caminando. Sus dos pequeños hijos, Gabriela y Armando, no saben si abrazar a su mamá o quedarse lejos para no provocar que le duela más el cuerpo. Adelaida, finalmente, llega desde la puerta de la casa hasta su cama. Un recorrido larguísimo y estrecho que la ha dejado agotada. Quiere prepararse físicamente para besar a sus hijos, porque oprimir sus labios contra los cachetes de los niños siente que la dejará rota. Los niños la miran, con esa tristeza infinita que solo un par de niños que ven a su madre diluirse, bajo el yugo del sufrimiento, pueden sentir. Adelaida por fin está en su cama. Con gran esfuerz...
Cuando fui a Guatemala – María Rosa Rullo
María Rosa Rullo, 14b

Cuando fui a Guatemala – María Rosa Rullo

Hace un tiempo recibí la invitación para ir a la inauguración de un hotel el Ciudad de Guatemala. Éramos un grupo de periodistas y agentes de viaje, bastante variopinto. Nos embarcamos en un vuelo de Copa desde Caracas a Panamá, todo procedía de acuerdo a la agenda de la organizadora del viaje. Cuando estábamos sentados en el avión de Panamá a Guatemala, el piloto dice que ese avión ya no va a Guatemala porque hizo erupción un volcán cerca del aeropuerto en el que debíamos aterrizar y en su defecto, el avión iba a tomar rumbo hacia El Salvador, que quien quisiera bajarse, ese era el momento. Todos en el grupo decidimos bajarnos y regresar a Caracas en el siguiente vuelo. La organizadora desesperada buscó una solución y nos persuadió para que regresáramos al avión. Su solución fue lle...
Regresó Salvador – José Pulido
José Pulido, 14b

Regresó Salvador – José Pulido

El Ávila se perturbaba a las seis de la mañana cuando Salvador Garmendia caminaba por los senderos del Parque del Este. El Ávila se quedaba como viéndolo. Es que, de repente, se parecía mucho al pintor Armando Reverón. Los loros se volvían un despelote en las copas de los chaguaramos, se descolgaban como para mirarlo detalladamente. Cuando escribía un cuento era como un tejedor de chinchorros. Hilaba de manera brillante y profunda. Era gracioso y sentimental. Uno puede soñar o mecerse en cualquiera de sus cuentos. Y después de leer uno de esos relatos suyos, hay que vivir con una nueva anécdota que no se puede contar jamás con la precisa belleza de sus palabras. Uno cuenta un cuento de Garmendia y no es lo mismo: la esencia se queda relegada en la memoria, escondida en algún recoveco. ...
En nada hay virtud sin compartir – Soledad Morillo Belloso
Soledad Morillo, 14b

En nada hay virtud sin compartir – Soledad Morillo Belloso

Ninguna mujer en la Villa de Caracas preparaba el bienmesabe como la negra Contemplación. Se decía que el suyo tenía cualidades curativas. Que quien lo comía sentía que sobre sus calamidades se posaba la paz. No estaba su secreto en la receta; más bien en las horas. Lo preparaba antes del cantar de los gallos, cuando los cocuyos andaban en afanes de amar. En el silencio de la noche, Contemplación se iba a la cocina y, a la luz de velas y sin emitir sonido alguno, preparaba su dulce. Antes de que cantara el gallo, Contemplación tenía listos tres bienmesabes Tomaba tres cocos grandes, los partía y les sacaba la pulpa. Esto lo ponía en un cazo y le añadía dos tazas de agua caliente. Con un mazo trituraba la carne blanca y la pasaba por un paño, para ordeñarle la leche al coco. Le agre...