Rendijas, por Leonor Henríquez
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Me pasé toda la semana pasada buscando rendijas.
Y las encontré.
Me explico.
Me tocó cuidar a la perrita Panda, que ustedes creo conocen, pero resultaron unos días de tormentosa primavera.
Estuve todo el tiempo mirando hacia los “recios nubarrones” como los describe el poeta Luis Chamizo (La Nacencia), rogando que se abriera una grieta de sol en el cielo que me permitiera darle su paseo a la perrita.
Y lo logré, como les he dicho, en Calgary se dice que, si no te gusta el clima, espera cinco minutos porque cambiará.
Pero como siempre me ocurre, me quedé pensando en otro tipo de rendijas.
Concluí que la luz es persistente, invencible tal vez. Se abre paso, busca la mínima fisura, el menor agujero para filtrarse y calentar el corazón.
Sonará trivia...