Un novelista con suerte – Álvaro Ríos
El pasillo parecía un túnel infinito. A través de los cristales la ciudad resistía el calor de la mañana. De este lado, el frío y la rabia usurpaban mis pensamientos: una vez más el gerente de Literatura Mondafiori me jugaba una broma.
El mes pasado, mientras bebíamos unos tragos, había jurado que la publicación de la novela era un hecho, pero una cosa es conversar en un bar y otra muy distinta es hacerlo en una corporación. La lección la aprendí justo al salir y cerrar la puerta de la oficina. La aventé con saña, incluso llegué a pensar que pudo desprenderse del marco. La escena, adornada de aquel estruendo, pareció no perturbar al hombre, de hecho, ni siquiera se inmutó.
Luego de un rato, abandoné el pasillo y entonces arribé a una sala ataviada de varios sillones elegantemente...