El fetichismo fotográfico, por Áxel Capriles M.
El sol acababa de caer, como si la tierra hubiera devorado un inmenso círculo perfecto, una bola de fuego de rojo puro, sólido, sin una sola deformación en su circunferencia. Me senté a ver el atardecer, absorto frente al interminable desierto del Kalahari. A los pocos minutos, en lugar de oscurecer, el cielo, las nubes, el universo entero, todo el paisaje, estallaron en una pugna expansiva de destellos y colores. Todas las tonalidades desembocaron en mi mirada: anaranjado, escarlata, bermejo, bermellón, ámbar, ocre, morado, fucsia y también azules. Como si el sol enfurecido luchara contra el ocaso en los trasteros del horizonte, una línea que se hacía cada vez más profunda, más amplia. También la arena era un destello, una ráfaga de colores que se unía con el firmamento. No tengo memoria ...