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Álvaro Ríos

El galán desmemoriado, por Álvaro Ríos
40a, Álvaro Ríos

El galán desmemoriado, por Álvaro Ríos

Hace unos meses mi gran amigo José Pulido envió un mensaje a mi correo personal. Entre otras cosas me invitaba a colaborar con la página Atril Press mediante el envío de textos breves. Además, hacía referencia a que mi estilo irónico con toques de humor podría ser de interés para muchos lectores en la red. Le agradecí el gesto y de inmediato le escribí a Luli —la dama que se encarga de administrar la página—, quien me dio a conocer las normas de publicación y finalmente expresó que con gusto recibiría mis trabajos. Ese mismo día, al final de la tarde, intentaba redactar un cuento para dicha página, cuando de pronto sonó el móvil: —Aló. —Disculpe, —dijo una voz de mujer—, ¿hace poco le han extraído el apéndice? —Sí. Pero, ¿quién es, de dónde llama? —Mi nombre es Fabiola y...
Teoría de gatos – Álvaro Ríos
36a, Álvaro Ríos

Teoría de gatos – Álvaro Ríos

Hace mucho tiempo, mientras leía un libro de ensayos de Andrés Mariño Palacio, sentí curiosidad por saber si el autor tenía algún tipo de afecto por los gatos. Aquel libro representó una rara e interesante reliquia, un portento que insinuaba, desde mi punto de vista, cierto escepticismo: era difícil creer que hubiera sido escrito por un joven de veinte años. Cosas de genios, tal vez fue el Rimbaud venezolano y nadie lo advirtió, pero eso es otra historia que alguien versado en el tema nos contará más adelante… En cuanto a la obra, tenía una característica especial: los textos detonaban con lucidez, sobre todo cuando se refería a ciertos aspectos de las obras de Urbaneja Achelpohl, Uslar Pietri, Pocaterra, Hesse, Gide, entre otros. En medio de tanta sensibilidad intelectual hub...
Feliz año nuevo – Álvaro Ríos
29a, Álvaro Ríos

Feliz año nuevo – Álvaro Ríos

Siempre me dije a mí mismo que mi caso era diferente al de mi padre. Al viejo nunca le ha ido bien con las mujeres, incluso a mi madre jamás la conocí, y él nunca ha querido hablar del tema.Hace años tuve una madrastra, pero era de armas tomar, y como podrán deducir, tampoco duró mucho. Y no es que papá sea rarito, si a ver vamos es tan macho como el que más. Más bien creo que se trata de un problema de mala suerte.En mi caso será diferente. Y tiene que serlo, pues Fabiana ha regresado al pueblo para el año nuevo. Es la tercera vez que viene y creo que algo tengo que ver en ello.La primera vez que la vi quedé sorprendido, pero el asunto no fue más allá de simples miradas. Al año siguiente las cosas cambiaron, llegué a conocerla e incluso hablamos en muchas ocasiones.Este año ha sido la cor...
Un novelista con suerte – Álvaro Ríos
22c, Álvaro Ríos

Un novelista con suerte – Álvaro Ríos

El pasillo parecía un túnel infinito. A través de los cristales la ciudad resistía el calor de la mañana. De este lado, el frío y la rabia usurpaban mis pensamientos: una vez más el gerente de Literatura Mondafiori me jugaba una broma. El mes pasado, mientras bebíamos unos tragos, había jurado que la publicación de la novela era un hecho, pero una cosa es conversar en un bar y otra muy distinta es hacerlo en una corporación. La lección la aprendí justo al salir y cerrar la puerta de la oficina. La aventé con saña, incluso llegué a pensar que pudo desprenderse del marco. La escena, adornada de aquel estruendo, pareció no perturbar al hombre, de hecho, ni siquiera se inmutó. Luego de un rato, abandoné el pasillo y entonces arribé a una sala ataviada de varios sillones elegantemente...
Un editor estresado, por Álvaro Ríos
66a, Álvaro Ríos

Un editor estresado, por Álvaro Ríos

Julio —el editor—, y yo, estábamos sentados frente a frente. Él revisaba papeles al mismo tiempo que atendía llamadas telefónicas. Yo lo miraba de vez en cuando. Me distraía moviendo el manuscrito de mi novela de una mano a otra. Luego de una hora creí que dialogar era un caso perdido, como si mirar la ciudad a través de la breve abertura de las persianas fuera la única forma de existir. En eso se iba la mañana cuando de pronto el Cesita, quien se percibía locuaz y de muy buen humor, irrumpió en la oficina. —Épale mi llave —dijo mirando al editor—, aquí traigo mi nueva novela, así que puedes elaborar el cheque del adelanto que me prometiste. —¿Novela? ¿Cuál novela? —Pues, la más reciente, de la que hablamos la vez pasada… El editor arrugó la frente: —¿La vez pasada? ...
Lo que Federico no dijo sobre Mercurio, por Álvaro Ríos
49a, Álvaro Ríos

Lo que Federico no dijo sobre Mercurio, por Álvaro Ríos

Me considero una persona serena. Pocas situaciones en la vida me han hecho agarrar calenteras. Hace poco, mientras me disponía a iniciar una jornada más de trabajo, recibí la visita del amigo Rossitto. Dijo que debía reunirse con mi jefe, pero, como sucede a veces, el amo es el último en llegar. Le dije que podía esperar en mi oficina, que por favor tomara asiento. Me llamó la atención que además del maletín vapuleado por el tiempo llevaba consigo un libro: “La carpa y otros cuentos” del escritor venezolano Federico Vegas. —¿Es bueno? —pregunté. —¿Qué cosa? —El libro, ¿qué tal? —Bastante regular… —Mira —le dije—, el jefe acaba de llegar. Ve y abórdalo de una…, pero déjame el libro para echarle un vistazo. Puso el libro sobre mi escritorio y se largó a la geren...
Sin un rastro de sangre, por Álvaro Ríos
45a, Álvaro Ríos

Sin un rastro de sangre, por Álvaro Ríos

Cada sábado, sin falta, la señora Gisela entra muy temprano a la panadería y hace su pedido. Una vez servida, pasa por nuestra mesa y saluda al profesor Chaviel quien, desde hace muchos años, se reúne conmigo para conversar sobre literatura.Hoy, sin embargo, ha permanecido un poco más, pues desea exponer un problema a su amigo.—Profesor, necesito hacerle una consulta. ¿Dispone de algo de tiempo para una camarada? —preguntó.—Claro. Usted dirá.—Pues, mire, quisiera pedirle un favor. Se trata de mi hija. La pobre lleva encerrada un par de meses. Desde que aquel hombre la devolvió no ha querido salir de su cuarto. Dice que lo único que quiere hacer es leer y escribir…—A ver, a ver, ha dicho usted, desde que la devolvieron, ¿eso dijo?—Eso dije, ¡sí señor!—¿Me toma usted el pelo?, mire que ya no...
El parque, por Álvaro Ríos
72a, Álvaro Ríos

El parque, por Álvaro Ríos

El parque de la ciudad es hermoso.Bueno, eso dicen.Yo siempre quise conocerlo.En varias ocasiones le pedí a mi mamá que me llevara, pero ella decía que la cosa estaba mal. Insinuaba que, una vez allí, había que costear los perros calientes, el refresco y quizá hasta un helado. Y luego, al salir, de seguro se me antojaría entrar a las atracciones mecánicas que había al pasar la calle, y eso significaba…Esas palabras las escuché muchas veces, de modo que, por largo tiempo, ir al parque fue un sueño imposible.Un día mi amigo Sebas vino a visitarme. Llevaba unos guantes de beisbol y una pelota que su padre le había regalado.—Vamos al parque —dijo—, allá jugaremos.—Pero, ¿cómo lograremos entrar?—Pierde cuidado, sé de un agujero en la parte de atrás, será pan comido.En efecto, así lo hicimos.Pas...
Que parezca un accidente, por Álvaro Ríos
70a, Álvaro Ríos

Que parezca un accidente, por Álvaro Ríos

Alguien, no recuerdo quién, una vez me habló de ese pueblo perdido en el sur del país. Se me hacía difícil comprender como un sujeto cercano a ese lugar haya podido molestar al jefe de tal manera que merezca un pasaje gratis al más allá. Pero bueno, a mi qué diablos me importa, yo sólo debo cumplir con el encargo. Aunque, ahora que lo recuerdo, ese pedido especial “que parezca un accidente” me tiene pensativo.Por otro lado, ni siquiera sabía que se podía volar hasta allí, aunque en un avión desvencijado: hacía años que no veía uno de hélices.Llegamos con el sol de la mañana.Y justo a la salida del exiguo aeropuerto, advertí la presencia de un viejo calvo y mal vestido que sostenía un pedazo de cartón con mi nombre, por cierto, mal escrito. Subí al auto del viejo y en pocos minutos llegamos...
Una parábola al vacío*, por Álvaro Ríos
68a, Álvaro Ríos

Una parábola al vacío*, por Álvaro Ríos

La película casi comenzaba cuando de pronto la abuela, como de costumbre, me hizo el llamado de atención: —Deja de usar la silla del abuelo, ¿no ves que está estropeada? Un día de éstos colapsará y recibirás un buen trancazo por tonto. Desde luego, dejé sin efecto su recomendación. Pasada una hora y antes de la persecución final, a la altura del interrogatorio que los detectives le hacen al muchacho, volví a expresar el mismo comentario: pero miren al Brad Pitt, ¡qué jovencito que se ve el condenado! ¿Quién lo diría? Lo cierto es que odié a ese imbécil: ¿cómo se le ocurre meterse con Thelma? Amo a Thelma, amo a Geena Davies. Desde que la vi en Beetlejuice (Tim Burton, 1988), he estado perdidamente enamorado de ella. A Susan, es decir, a Louise, también la amo, aunque no ...
Fiesta, por Álvaro Ríos
44a, Álvaro Ríos

Fiesta, por Álvaro Ríos

 ¿Fiesta?Emigrar es un asunto serio, más si se tiene la edad que yo tengo.—Será como ir a una fiesta —dijo un amigo.La realidad se impuso de otra manera…Acabo de recordarlo ahora, cuando con asombro he llegado a creer que algunos escritores se copian mis vivencias.Pero, ¿cómo es posible?A Salvador Fleján lo conozco por referencias; y sin embargo, al leer su libro “Miniaturas Salvajes” me he dado cuenta que uno de sus cuentos muestra justo lo que a mí me pasó. Bueno, no exactamente, pero vaya que las similitudes son inquietantes:Emigré porque ya no soportaba a Elena, mi esposa. Ella la pasa bien. Tiene cierta holgura financiera pues es dueña de una modesta residencia para chicas universitarias. En cuanto a mí, desde que perdí el empleo me ha tratado a las patadas.Un día, cansado de tanto ma...
La niña del cundiamor, por Álvaro Ríos
42a, Álvaro Ríos

La niña del cundiamor, por Álvaro Ríos

A mí nadie me engaña. Bueno, eso creo. Entiendo que tal rasgo lo heredé de la abuela. En su caso era una tarea casi imposible. Hoy en día es difícil que alguien pueda engañarme, pero hace años, cuando era un adolescente, una niña —que quizá no lo era—, pudo hacerlo. Todo comenzó cuando viajé con mi abuela de vacaciones a un pueblo del oriente del país. Siendo pasajeros de un Mercedes —porque, aunque ustedes no lo crean, aquel autobús era un Mercedes—, en medio de una molestia mi abuela me pidió que le sostuviera un libro, una edición de la obra de un escritor venezolano de origen oriental. Abrí el libro y entonces algo me llamó la atención: —¿La niña del cundiamor? ¿Cundiamor con “i”? —pregunté. —Así le dicen los orientales —dijo la abuela. —Pero, Andrés Bello, ¿qué d...