No me arrepiento, Lucy Gómez
Cuando era pequeña, mi familia era católica de la boca para afuera. Quiere decir que todo el mundo se casaba por la iglesia – si se casaba- bautizaba a sus hijos y hacía la primera comunión en ceremonias masivas en las escuelas. Pocos éramos realmente practicantes, aunque se viera rarísimo a quien se excusase de ir clase de religión.Mis contactos con el arrepentimiento formal, el analítico y filosófico, vinieron de contactos extra familiares y posteriores con la iglesia y la doctrina, porque en casa no se hablaba de eso. Para mi madre el mundo era más binario. O hacías bien las cosas o las hacías mal... y si las hacías mal tenías por seguro un castigo, físico generalmente. Nada de: “ay Mami, lo siento mucho”, o “Mami, estoy arrepentidísima de haber hecho eso”. Nunca se me ocurrió decírselo...